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2025_01_09 *(Los que pasan)

No sé si exista alguna palabra dentro de los neologismos aglutinantes alemanes para describir el sentimiento de "los que pasan". En las comunidades pequeñas así como las tribus existentes previas al sedentarismo uno debe haber conocido a todas las personas de su comunidad. Sino a todas, a prácticamente todas. Encuentro similitud con un amigo que, al haberse ido a estudiar a un pequeño pueblo alemán, tenía múltiples veces por semana la vivencia de encontrar a un conocido tras otro al momento de dirigirse a una pequeña fiesta, alguna reunión de juegos de mesa o ida al cine.

Por lo que nos comentaba, no era raro incluso que esos conocidos se sumaran a él y a los amigos que previamente había encontrado. Esto llevó más de una vez a la formación de pequeñas comitivas que se componían únicamente de gente que se encontraba en la calle por circunstancias fortuitas.

Esto es inimaginable en una ciudad más grande, toda mi juventud me lo ha demostrado en la autodenominada Megalópolis; la Ciudad de México. Si bien la vivencia debe ser muy diferente a las otras grandes metrópolis, culturalmente tan ajenas como pueden ser Tokio, Delhi y El Cairo, no necesito pruebas para afirmar que todas estas metrópolis padecen de la misma desconfianza que la Ciudad de México me ha inculcado a mi y a todos mis conciudadanos; la desconfianza de -los que pasan-.

Este es uno más de los fenómenos a los que como sociedad no hemos sabido o no hemos podido abrazar. Nuestra naturaleza gregaria nos lleva a reunirnos en pequeñas tribus, así sean éstas pequeñas tribus urbanas. Estas pequeñas tribus se componen de nuestra familia y amigos, son tribus que están traslapadas entre ellas (i.e. no todos mis amigos son amigos de mis amigos de la escuela así como ellos tendrán amigos que no serán amigos míos). Podríamos pensar que en alguna u otra medida, todos somos -amigos de amigos-, y sin embargo, ¿por qué se siente esto tan distante de la realidad?.

Por mucho que alguien sea amigo de un amigo, nosotros no estamos hechos para ser amigos de todos, la mayoría de mis contemporáneos (y asumo que también los de usted, lector) no conoce a sus propios compañeros de espacio geográfico, sus vecinos. Estamos tan conectados con nuestra tribu difusa que no establecemos lazos con los la propia gente que nos rodea. Los desarrollos inmobiliarios sin espacio común, las calles inseguras, el transporte centrado en el automóvil, han demostrado ser suficiente para que uno desconfíe aún de sus propios vecinos, haciendo siempre nuestras vidas más -hacia adentro- en nuestros hogares, que -hacia afuera- viendo a nuestras comunidades.

Aún en los espacios externos a nuestro propio hogar, aunque no busquemos, encontramos experiencias únicamente dirigidas a la experiencia individual o mínimamente grupal. En los centros comerciales, en las plazas, en los mercados, no encontramos más que gente que pasa: los que pasan. Gente de la que no sabemos nada y tampoco tenemos ninguna disposición o interés por cambiar eso. Hemos aprendido a -vivir- sin -convivir-, todos en nuestro espacio, todos en nuestro camino con nuestro rebaño, los demás sólo pasan.

Así como uno no se detendría a ayudara a alguien a cambiar la llanta de su coche, uno no se detiene a levantar a un borracho que acaba de caerse en medio de la calle. -No sabemos quién es- -Quién sabe qué les haya pasado-.

... qph